Pemex: un balance entre promesas y apoyos millonarios
Durante el sexenio de Andrés Manuel López Obrador, la petrolera se consideró clave para impulsar el desarrollo económico del país, sin embargo, su rescate aún no se ha concretado.
Pemex ha sido prioridad y carga. El gobierno federal ha dado a la petrolera el presupuesto y la capitalización más grande que ésta ha recibido, según los registros históricos, en vísperas de traer de vuelta la bonanza petrolera de hace décadas y sanear las finanzas de la compañía. Pero México ya no tiene los recursos petroleros de hace años, la situación financiera de la petrolera no reporta una mejora considerable y el dinero que ha recibido la compañía rebasa al presupuesto que ha sido destinado a sectores como salud o educación. La petrolera fue para el sexenio la apuesta de palanca de desarrollo. Pero lo que desde el discurso oficialista se ha denominado como el rescate a la compañía está a meses de convertirse en solo una historia de promesas.
Los analistas y agencias calificadoras reconocen que se ha logrado frenar la caída en la producción de petróleo, una tendencia que se venía observando desde hace años, y que la deuda no ha experimentado un aumento tan pronunciado como en administraciones anteriores. Sin embargo, el presidente Andrés Manuel López Obrador , conocido como AMLO, y los arquitectos de su proyecto energético, como Octavio Romeo Oropeza, director de Pemex, y Rocío Nahle, exsecretaria de Energía, fueron demasiado optimistas en sus pronósticos y no han logrado alcanzar ninguno de ellos. A tres meses de que finalice la presente administración, las cifras y los analistas consultados muestran un panorama que dista de la meta inicial: Pemex no cumplirá con la meta prometida de producir 2 millones de barriles diarios al término del sexenio. Además, no se prevé una reducción significativa de la deuda. Respecto a la refinería Dos Bocas, proyecto emblemático de la política nacionalista, aún persisten incertidumbres sobre el inicio de sus operaciones –que ha sido pospuesto en varias ocasiones– y su viabilidad financiera. El negocio del petróleo La producción de Pemex, según los números propios de la estatal, terminó el año pasado con una producción promedio de 1.588 millones de barriles de crudo diarios. La cifra es la más baja de la que se tenga registro. Ésta cambia un poco si se suman los condensados, un tipo de hidrocarburo muy ligero y en el que la compañía ha basado su estrategia de producción. Así, el volumen total que produce Pemex –sin sus socios– fue de 1.764 millones de barriles, según los últimos datos anuales. Pero ambas cantidades –con y sin condensados– continúan lejos de la meta planteada desde presidencia, que en algún momento se dibujó hasta en 2.6 millones de barriles al final del sexenio, pero que fue disminuyendo conforme éste iba avanzando. Pemex ha seguido una estrategia de producción basada en la explotación de campos maduros en los que ya tenía experiencia. Ninguno de los últimos descubrimientos han sido de gran calado y algunos grandes prospectos, como Zama o el campo Trión, aún no están listos para dar producción. Tampoco ha aumentado la cantidad de campos encontrados con probabilidad de producción y eso dificultará que la próxima administración federal mantenga el ritmo. Por otro lado, a Pemex le sale cada vez más caro el negocio petrolero. Los precios del crudo han alcanzado niveles altos en los últimos años, después del desafortunado empuje por la guerra entre Rusia y Ucrania, y el temor a una escasez en el suministro de crudo. Los últimos números de la estatal dicen que en 2023 necesitó alrededor 42 dólares para producir un solo barril de petróleo y con ello sus márgenes de ganancia disminuyeron. Los analistas explican que esta variable ha aumentado toda vez que el gobierno federal está destinando grandes cantidades de recursos para mantener la variable de producción. Como ejemplo, dice uno de ellos, la petrolera ha decidido perforar algunos pozos que no son rentables y que en algún otro momento hubiesen sido descartados. El negocio de exploración y producción, sin embargo, es el más rentable, según los números de la petrolera, y es la filial que ha traído ganancias a la compañía y amortiguado, de cierta manera, las pérdidas generadas por Pemex Transformación Industrial (Pemex TRI), la división de la estatal que engloba al negocio de refinación. Como ejemplo, durante 2023, Pemex Exploración y Producción (PEP) registró utilidades por poco más de 261,000 millones de pesos. En cambio, Pemex TRI perdió más de 168,000 millones de pesos en el año. Esta última cifra es escandalosa, pero no nueva, las pérdidas desde 2020 –cuando llegaron a un máximo de 219,000 millones de pesos– se han mantenido en una cifra de tres dígitos. En realidad, Pemex TRI nunca ha logrado ser rentable, pero los números negativos aumentaron con la propuesta del ejecutivo de maximizar el Sistema Nacional de Refinación para aumentar la producción de gasolinas y disminuir las importaciones de combustibles. Sin que esto último se haya logrado. “Le están inyectando dinero a un sistema que está perdiendo cada vez más dinero y cada vez les cuesta más. La situación financiera es un desastre en la mayor parte de las refinerías”, dice Francisco Barnés, exsubsecretario de Energía y un respetado académico del sector. Barnés reconoce también que el descuido del sistema de refinación tuvo como origen administraciones anteriores.
Entre la deuda, los apoyos y la baja calificación crediticia
Hoy, las refinerías que la estatal tiene en México funcionan a menos del 50% de su capacidad y gran parte de su producción es combustóleo. La única que opera por encima del 90% es Deer Park. La compra de este complejo a Shell fue parte de una promesa hecha por la actual administración morenista: la de dejar de comprar gasolinas del extranjero. Los resultados operativos de Deer Park están por encima de los que registran otros complejos propiedad de la estatal. El complejo texano, en solitario, produce alrededor de 220,000 barriles diarios de gasolina y diésel, más del doble que la refinería de Tula, que tiene cifras de producción superiores al resto. No obstante, pese a los buenos resultados operativos y financieros de la refinería, la llegada de más combustible a México aún es un objetivo lejano. Pemex pierde incluso por cada barril de petróleo que refina y comercializa. La compañía ha perdido alrededor de 35 dólares por cada barril procesado durante el sexenio, de acuerdo con un consolidado que tiene como base los costos difundidos por la compañía. En comparación, Petrobras –que también es estatal– ha ganado un promedio de 5.62 dólares por barril, según los datos de sus estados financieros. La actividad de refinación no fue rentable para la compañía ni siquiera durante los períodos en que los grandes complejos petroleros alcanzaron máximos de ganancias debido a la recuperación de la demanda posterior a la pandemia. A mediados de marzo, el presidente López Obrador dijo que la nueva refinería Olmeca, uno de los proyectos principales de su administración, arrancará operaciones a principios de abril. Aunque se habían establecido previamente diversas fechas de inicio de operaciones, estas no se han cumplido. Tan solo en enero pasado se había sugerido que el arranque de operaciones ocurriría en febrero. La nueva expectativa es que para septiembre, la refinería producirá alrededor de 164,000 barriles diarios de gasolina y 130,000 barriles diarios de diésel. La situación financiera de Pemex no es mejor. La meta de la administración obradorista era reducir la deuda de manera importante durante el sexenio y no acumular más endeudamiento. El segundo objetivo se cumplió, pero, pese a las grandes inyecciones de capital, la deuda heredada sólo se ha reducido de manera marginal. Pemex cerró 2023 con una deuda ligeramente superior a los 106,000 millones de dólares, cifra que superó los 105,000 millones de dólares registrados al cierre de 2018. “Aun es muy pronto para dar por hecho que los esfuerzos en Pemex no han dado resultados”, dice Fluvio Ruiz, un exconsejero de la petrolera y un personaje afín a la administración obradorista. Pero entre los que compaginan con la estrategia del presidente también hay un espacio para reconocer que los esfuerzos no han dado del todo los mejores resultados y que López Obrador podría marcharse de Palacio Nacional con el peso a cuestas de no haber dejado a la compañía en uno de sus mejores momentos. Quizá uno de los datos más significativos sobre la situación de la compañía es su calificación crediticia. La estatal perdió el grado de inversión en abril de 2020 y éste no ha podido ser recuperado durante el sexenio, e incluso se ha agravado. En febrero pasado Moody’s degradó aún más la nota de la petrolera y la dejó muy cerca de la clasificación en la que engloban a las compañías sin capacidad de pago ante sus acreedores. Pero muchos de los tenedores de deuda de Pemex no están preocupados por esto último, están confiados de que la apuesta presidencial por la compañía es tal que el gobierno federal responderá ante cualquier contratiempo y ante todas las obligaciones de pago. “El mercado ya descontó desde hace tiempo una posibilidad de impago por parte de Pemex. Los inversionistas saben que el gobierno mexicano se está haciendo de la deuda, al contrario, algunos se están viendo beneficiados por las altas tasas que paga la compañía”, dice el jefe de análisis de un banco que ha pedido no ser citado. La estrategia se ha basado prácticamente en hacerse cargo de las amortizaciones de deuda y en reducir progresivamente la carga fiscal de la compañía, en específico el Derecho de Utilidad Compartida, una fracción que paga la estatal por cada barril de petróleo producido y que ha representado hasta el 80% de sus pagos al Estado. ¿Un mal negocio?
La decisión de que la administración federal asumiera las amortizaciones de la deuda de la compañía frente a sus acreedores fue anunciada poco después del inicio de la pandemia, cuando los precios del petróleo experimentaban una fuerte caída histórica. Se estableció la premisa de que esta medida se retiraría una vez que el precio del crudo se recuperara y la empresa mejorara sus ingresos. Sin embargo, esto no ocurrió, lo que ha resultado en una mayor dependencia de Pemex respecto al gobierno federal. La compañía reportó una utilidad neta por encima de los 106,000 millones de dólares en el último trimestre del año pasado, explicada principalmente por esta condonación del DUC y otras cargas fiscales desde octubre del año pasado y que se hará extensiva en lo que resta del año con la finalidad de dar liquidez a la estatal durante el último tramo del sexenio. La petrolera ha dejado de ser la mayor fuente de ingresos para la hacienda pública. Una operación aritmética entre los impuestos y derechos pagados por la compañía al gobierno y las inyecciones de capital desde éste dan prácticamente cero, si se toman en cuenta las grandes sumas de dinero. La premisa principal del obradorismo se basaba en que la petrolera recibiría apoyos durante los tres primeros años del sexenio para después convertirse en la proveedora del capital que el gobierno utilizaría en el gasto y los programas sociales. Pero esa premisa no fue cumplida. En 2018, por ejemplo, Pemex pagó a Hacienda 461,578 millones de pesos. Pero ya en el 2023 pagó al erario 159,386 millones de pesos y recibió inyecciones de capital por 166,615 millones de pesos. “Pemex dejó de ser el soporte financiero del estado, en algunos años el aporte de Pemex al estado ha sido negativo y Pemex aún continúa sin tener capacidad de maniobra“, dice Barnés. Los propios datos de la petrolera indican que ha recibido entre 2019 y 2023 recursos por 1,598 millones de pesos desde el gobierno federal. Los analistas habían criticado anteriormente la gran carga fiscal que tenía la compañía durante los sexenios pasados. Muchos de ellos califican como exitosa la medida de reducir la carga tributaria a la petrolera, pero advierten que pese a ello, la compañía continúa sin ser rentable y el espacio fiscal para apoyarla es cada vez más reducido. El sexenio obradorista está comprometiendo también a quien sea su sucesora a continuar con los apoyos financieros a la petrolera. Difícilmente esta podría continuar su camino sin la ayuda gubernamental. “Está claro que el apoyo adicional del gobierno a Pemex es positivo para la empresa. Desde una perspectiva gubernamental no lo es tanto porque esto se suma a la pérdida de ingresos que ya han acumulado. Con el déficit fiscal proyectado para este año y el creciente apoyo a Pemex, la administración entrante tendrá que tomar decisiones difíciles”, dice Aaron Gifford, analista senior de T. Rowe Price, uno de los mayores tenedores de bonos de la petrolera. Entre lo que esperaba el mercado estaba una reapertura de la inversión privada, que la petrolera se deshiciera de su estrategia por privilegiar la producción de refinados y se concentrara en la exploración y producción de petróleo. La petrolera sólo ha mostrado un ligero giro en su plan de sostenibilidad presentado hace unos días, en donde afirma que podría entrar a nuevos mercados como el hidrógeno. Mientras tanto, los analistas ya han proyectado lo que ocurrirá durante el resto del sexenio, y ninguno anticipa un cambio radical en los próximos meses. Como sea, el sexenio obradorista está a punto de concluir sin tachar de la lista de pendientes una de sus más grandes prioridades. ]]>
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